La arquitectura de la vida

Normalmente, el reconocimiento de que se está vivo se hace en un momento catastrófico. El resto de nuestra vida vivimos de manera abúlica, simple, moviéndonos en una misma dirección. Hacemos planes, conocemos gente y nos convencemos de que efectivamente estamos viviendo la vida.
Pero pasa algo. Ese algo puede ser cualquier cosa-una enfermedad, la súbita muerte de alguien, un accidente de auto- y todos los planes que teníamos, toda la arquitectura de nuestra vida se cae al suelo.
Eso sí, quedan las ruinas. Se riegan en el suelo los pedazos de lo que éramos, agonizan, y si no se les presta atención, mueren y se pierden en el vacío. Y luego comienza lo más difícil: reconocer que todo se acabó, se desmoronó, se murió. Lo que se es ya no se es más, sino que se es otra cosa, aterradora por su misterio.
Sin embargo, los seres humanos estamos dotados de la capacidad de recuperarnos. Las heridas del cuerpo y las del alma tienen exactamente el mismo procedimiento: se curan con el tiempo y dependiendo de su fuerza dejan una marca.
El arquitecto humano se levanta de su fango, se revuelca y se levanta. Observa el cielo con fuerza, dominio, prepotencia. Luego da un paso y se cae de nuevo.
Y comienzan los síntomas de la depresión: ansiedad, pensamientos suicidas, falta de ganas. Se pierde el apetito, se comienza a detestar a todos y a todo por igual, y finalmente se llega a un punto donde no hay nada: ni amor, ni dolor, ni ningún tipo de emoción. En el lenguaje popular esto se conoce como tocar fondo.
Sí, tocar fondo es una cosa extraña. Se debe entender cómo un golpe contra un trampolín, un salto en el vacío que nos impulsa de nuevo hacia arriba, donde estamos nosotros-o lo que fuimos- y a donde siempre hemos querido volver.
Pero eso es mentira. Cuando volvemos a subir, observamos lo que hay arriba, tratamos de entenderlo y nos damos cuenta de que ya no somos más aquello que tanto aspirábamos ser.
La naturaleza del mundo es cíclica y circular: los sucesos acontecen por etapas, y esas etapas siempre se repiten. Durante las etapas pueden suceder muchas cosas, pero la esencia del movimiento se mantiene, no deja de rodar. Por más que demos vueltas, suframos y cambiemos, siempre tendremos el mismo destino: la muerte.

En su momento, entender esto nos hará libres.

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